Tras un día de vuelos y esperas (suerte del precioso como un museo y comodísimo aeropuerto de Bombay, con sus estupendos sofas para dormir – ya podían aprender en El Prat!), ya estoy en Bangalore!
He reservado un hotelito en un barrio céntrico pero barato -el Majestic- parecido al Raval de Barcelona. Me encantan las zonas populares, y así podré desplazarme a pie a todos lados. Me alegro de haber resistido la tentación de reservar un coche por para llevarme allí (45 kms); el transeúnte al que pregunto por la parada de taxis me asegura que el autobús del aeropuerto me deja al lado del hotel, me acompaña hasta la parada, habla con el conductor para que me avise al llegar…
En la hora de recorrido (más un rato de parada por un manifestación, que aprovechamos los pasajeros para hacer amistad y contarnos la vida – aquí se toman la vida con calma- ya se aprecian los increíbles los contrastes entre los barrios lujosos y modernísimos y los modestos y caóticos, y la negociación constante por cada metro de espacio entre camiones, buses, coches, rickshaws, motos, cientos de peatones, perros y alguna vaca…. Las normas de tráfico se ignoran, aquí gana quien los tiene mejor puestos…
Y lo curioso es la tranquilidad con la que se lucha por avanzar; incluso los bocinazos son cortos y amables, no como en casa; aquí suenan más como un “ey, que aquí estoy” y no como un “apartaos, capullos” .
El día siguiente lo dediqué a conocer Bangalore como a mí me gusta: caminando. 17 kms desde mi hotel al Templo del Gran Toro, lleno de devotos endomingados haciendo ofrendas; de allí al Jardín Botánico a ver cómo se relajan los bangaloreses ( y el único sitio donde vi a otros occidentales: dos señoras de mi edad) y por último al Palacio del s. XVIII del sultán Tippu, antes de volver andando, pasando por la zona del Mercado Central. Y menuda zona es!
Toda una experiencia de asalto a los sentidos, pero absolutamente fascinante: color, olor, ruido, movimiento, con oasis de tranquilidad. Y la gente, siempre maravillosamente cálida y amable.
Y cruzar docenas de calles y carreteras auténtico deporte de aventura. Y los peatones supertranquis, ni una carrera! Nervios de acero!
En fin, el truco es pegarte a un grupo y cruzar con ellos, hagan lo que hagan. A donde fueres...
Lo de las vacas por la calle es verdad....
En resumen, poco turisteo pero disfrute total tomándole el pulso a la ciudad.
P.S. Un único punto negro: los indios y yo no nos ponemos de acuerdo en el concepto “picante”: lo que para ellos es “not spicy” para mi es “insoportablemente spicy”. En fin, ya nos entenderemos…
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