miércoles, 28 de febrero de 2018

DOUBTFUL SOUND

Una de las experiencias que más ilusión me hacian en Nueva Zelanda: distrutar de los fiordos (Sounds, como los llaman aquí).


El más accesible y visitado de ellos es el Milford Sound, pero precisamente por ello busqué otro menos conocido y tranquilo, y encontré el Doubful Sound.






Su nombre, «de las dudas» se lo dio el gran ecplorador británico James Cook al llegar allí en el siglo XVIII. Ante su enorme tamaño y gran número de brazos, desistió de explorarlo, de manera que no se navegó a fondo hssta ls llegada del español Malaspina, 50 años más.tatde.

Tras mucho buscar, encontré lo.que queria: una pequeña empresa familiar, Deep Cove Charters. La madre Diane lleva la administración, y su marido Chris e hijo Travis llevan el pequeño barco Seafinn  (6  camarotes y máximo 12 ocupantes). Con ellos, pues, haré uns pequeña ruta de dos días y una noche explorando los brazos del fiordo hasta su boca en el mar, paseando en kayaks, y  aportando a comida y cena pescando y recogiendo nasas de enormes cangrejos de río. El plan me encantó!

Pero antes hay que llegar hasta allí, y está notablemente apartado.  Primero, tres horas de autobús desde Queenstown al pequeño pueblo de al lado del bonito lago Te Anau. Alli me recogió Diane con su coche; media hora hasta el aún más precioso lago y pueblo de Manapouri. Después, 45m en barco para atravesar el lago.


Viento en el lago Manspouri...


Al otro lado del lago nos esperaba Chris con una furgoneta para atravesar las montañas por el puerto de Wilmot, siguiendo una carreterita aislada que se construyó en 1963 llevando maquinaria y materiales en barcazas (hasta entonces el único accesi terrestre al fiordo era a pie por las montañas).




 El fiordo Doubtful desde el puerto de montaña Wilmot


Y tras 45m más de vistas espectaculares, ya estamos en el pequeño embarcadero de Deep Cove, donde nos espera el SeaFinn. No es extraño que a pesar de du enorme belleza tenga tan pocos visitantes, pero vale la pena!




Es difícil describir la inhumana belleza del fiordo, las fotos sólo son un pálido reflejo de su magnificencia. Tuvimos bastante suerte con el tiempo: a pesar de que casi todo el día anterior y esa noche llovió a tope, durante la navegación tuvimos hasta ratos de sol. Y las abundantes lluvias crearon docenas y docenas de rugientes cascadas de hasta 1500 metros de alto, bajando por las gigantescas paredes del fiordo. Un espectáculo inolvidable...











Seguimos el programa sin novedad y pasándolo de lo mejor: el pequeño grupo permite muchas actividades, no sólo mirar el paisaje. Pescamos montones de peces, de sobra para nuestra cena y para los montones de gaviotas y albatros que nos seguian en plan gorrón. Y pillamos muchos cangrejos de rio -del tamaño de langostas- para la comida.










 El albatros: Gran volador (y gorrón), con cara de malas pulgas



Y paseamos con nuestros kayaks en casi absoluta soledad y silencio, sólo roto por el canto de los pájaros y el rugido de las cascadas.



A la vuelta, pequeña aventura: las fuertes lluvias habian hecho un considerable agujero en uno de los puentes de la carreterita y tuvimos que abandonar la furgoneta y cruzar cuidadosamente el puente a pie, cargando muestro equipaje, hasta el autocar que nos esperaba al otro lado de la zona de peligro. Con lo cual perdimos el ferry y tuvieron que enviarnos un barco especial para llevarnos hasta Manapouri, donde nos esperaba el autobús que.nos llevaría hasta Queenstown y la «civilizacion».

Una sola palabra: maravilloso!






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